"La horca trabaja maravillosamente para concentrar la mente", observó Samuel Johnson. . . .
Ante las críticas tanto de la izquierda como de la derecha, la principal tentación para el fundador y CEO de Facebook será apaciguar los ánimos y disculparse. Bajo el resplandor de los focos y la mirada de rostros hostiles, es posible que quiera demostrar su arrepentimiento aceptando -incluso invitando- todo tipo de castigos por las supuestas transgresiones de Facebook a la hora de proteger los datos de sus usuarios.
Pero no es probable que la conciliación y la capitulación le granjeen ninguna simpatía, y menos en la era del presidente Donald Trump, en la que la contestación y la mirada fija son las divisas preferidas de la confrontación. No estoy sugiriendo que se pavonee en la sala de audiencias y tuitee insultos durante los descansos, sino que dirija la audiencia con principios y orgullo.
Mark Zuckerberg necesita Control-Alt-Borrar esta situación, y reiniciarla de acuerdo con el código apropiado - no el código informático, sino el código moral. Esto es lo que podría sonar:
Hace quince años empecé a usar Facebook cuando era estudiante universitario. No lo hice para ganar dinero o conocer chicas, como algunos han especulado, ni tampoco para alcanzar un objetivo tan elevado como hacer del mundo un lugar mejor. Estaba obsesionado con las nuevas tecnologías de Internet. Los entresijos del diseño de software me fascinaban, y el reto de crear algo que otros estudiantes pudieran necesitar desafiaba y excitaba mi imaginación. Aunque las ideas salían de mi mente, el proceso de construir, probar, iterar y hacer crecer Facebook hasta convertirlo en una plataforma que millones de personas de todo el mundo llegarían a utilizar requirió tiempo, energía e inversión, mucha inversión.
Las proporcionaron las personas que reuní: ingenieros, diseñadores, investigadores, analistas... gente inteligente y creativa que inventaba formas totalmente nuevas de comunicarse, reunirse y conectarse. Para pagar a la gente podríamos haber cobrado a los "usuarios", es decir, a las personas que se registraban en Facebook y utilizaban la plataforma que nosotros construíamos, mejorábamos y manteníamos continuamente. Si hubiéramos seguido ese camino, no habríamos podido atender a tantos clientes, cada vez más acostumbrados a utilizar gratuitamente servicios de Internet como el correo electrónico, las búsquedas y las redes sociales.
Pero, por supuesto, estos servicios no son gratuitos, no más de lo que lo son los comestibles que compran nuestros empleados, o las casas donde viven nuestros ingenieros, o la ropa que visten nuestros administrativos, o los coches en los que nuestro personal de mantenimiento va a trabajar. Las personas que construyeron Facebook no fueron a trabajar por caridad. Querían, con razón, que se les pagara por su tiempo y su talento. Los inversores que prestaron dinero a Facebook para que empezáramos, y para ampliar y hacer crecer la empresa, no lo hicieron por caridad. Querían, con razón, que se les devolviera el dinero con una rentabilidad, con suerte superior a la que habrían obtenido invirtiendo en otra cosa.
A los empleados se les pagaba y a los inversores se les retribuía no con tarifas cobradas a particulares que utilizaban Facebook, sino con tarifas pagadas por empresas que anunciaban bienes y servicios a nuestros usuarios. A diferencia de los correos electrónicos privados, Facebook es una red social a la que la gente acude para relacionarse con otras personas. Es posible crear un perfil en Facebook sin utilizar tu nombre e información sobre quién eres, a qué te dedicas, dónde vives y qué te interesa, pero eso no sólo limitaría la capacidad de Facebook para responsabilizar a los usuarios -y viceversa-, sino que también iría en contra del objetivo principal por el que la mayoría de la gente entra en una red social.
Juntos creamos una plataforma tecnológica que proporcionaba valor a la gente, tanto valor que millones y millones de personas aprovecharon la comunidad de Facebook para comunicarse, socializar y hacer negocios. La adopción y el uso de esta plataforma fueron tan amplios que algunos han llegado a considerarla un "bien público" -o un servicio público- tan beneficioso para tantas personas que debería ser regulado por el gobierno.
Se trata de un punto de vista basado en la ética y la economía. Desde el punto de vista ético, el argumento es que lo que se necesita, debe proporcionarse. La necesidad de una persona, ¿reclama la capacidad o el deber de otra de proporcionarla?
Desde el punto de vista económico, el argumento a favor de la regulación gubernamental de Facebook es que se trata de un monopolio. ¿Tiene Facebook el control exclusivo o la oferta de medios sociales, de redes sociales?
La respuesta a ambas preguntas es obvia y rotunda: "No".
Facebook no es un monopolio, pero con la ayuda del gobierno podría serlo. Como la mayor empresa del sector de las redes sociales, e incluso la más antigua con 15 años de antigüedad, podemos absorber fácilmente el coste y soportar la carga de cualquier regulación que el Congreso quiera imponer. ¿Podría Facebook asumir ese coste? Claro. ¿Podría yo, Mark Zuckerberg, sentado ante ustedes como director general de la mayor empresa de redes sociales del mundo, asumir ese coste? Por supuesto.
Pero, ¿podría yo, Mark Zuckerberg, el estudiante universitario -o alguien como yo, sentado en un dormitorio, pensando en formas de desafiar a las tecnologías dominantes con bienes y servicios nuevos y competitivos- asumir ese coste? La respuesta es obvia y rotunda: "No".
Una mayor regulación no me perjudicará. No perjudicará a los grandes, y esto es cierto en cualquier campo, ya sea la banca, los servicios financieros o los seguros. Una mayor regulación impedirá a los pequeños, no sólo desafiar a las empresas ya existentes y más establecidas, sino incluso pisar el terreno de juego.
Como gran empresa, no nos asusta la perspectiva de que el Gran Hermano mire por encima de nuestro hombro. Pero el pueblo estadounidense debería estarlo. Y en la medida en que Facebook ha llegado a considerarse un bien público, algo que se da por sentado, creo que es saludable que la gente se pregunte: "¿Cuánto cuesta esto? ¿Quién lo paga? ¿Y cómo?". "Creo que es saludable que la gente se lo piense dos veces -o incluso que se lo piense una vez-, o quizá sólo que se lo piense, sobre cuánta información quiere facilitar a cualquiera, y en qué condiciones. Es saludable entender la diferencia entre la información que se proporciona en privado y la que se proporciona públicamente, y esperar que quienes reciben la información respeten esa diferencia.
¿Aumentará la seguridad de los datos privados la regulación gubernamental, que por su naturaleza exige que el gobierno acceda a los datos que sus usuarios comparten en privado con Facebook? La respuesta es igualmente obvia: "No".
Estas últimas semanas han sido muchas las opiniones vertidas por diversos periodistas y comentaristas de televisión sobre los errores de Facebook. Estas opiniones son emitidas por medios de comunicación financiados por anunciantes que pagan para acceder a personas que pasan tiempo viendo la televisión o escuchando la radio. Al igual que los anunciantes pagan para acceder a las personas que pasan tiempo en las redes sociales, como Facebook.
Los ataques de los medios de comunicación nos han retratado a mí y a mi empresa como villanos arrogantes y temerarios sin ninguna consideración por el bienestar de los demás. ¿Es eso cierto?
En los negocios me he ganado una reputación de trato justo, y en la filantropía me he comprometido a donar no un porcentaje, sino la inmensa mayoría de toda la riqueza que tengo -y que ganaré- a las causas que yo elija. De hecho, una de las mayores satisfacciones del enorme éxito financiero que he logrado es la capacidad y la libertad de beneficiar a otros en ámbitos que van desde la vivienda básica a la ciencia avanzada.
Pero mientras que las acusaciones de egoísmo temerario se desvían fácilmente, la acusación de arrogancia me ha hecho reflexionar. Si arrogancia significa arrogarse demasiada importancia o exagerar el papel que uno desempeña en el mundo, entonces quizá tenga algo que aprender. Al atribuir a Facebook el papel de resolver los retos mundiales, de arbitrar la verdad, de crear comunidad, como esbocé en mi "manifiesto" de 6.000 palabras el año pasado, quizá me excedí en lo que una empresa puede -o francamente debe- hacer.
El año pasado escribí que "la historia es el relato de cómo hemos aprendido a unirnos en números cada vez mayores, desde tribus hasta ciudades y naciones. En cada paso, hemos construido infraestructuras sociales como comunidades, medios de comunicación y gobiernos que nos han permitido lograr cosas que no podíamos conseguir por nosotros mismos". Y con arrogancia, me veía a mí mismo y a Facebook como un actor central en la construcción de esas organizaciones colectivas, con poder para otorgarlo como consideráramos oportuno.
La experiencia de los últimos meses me ha proporcionado una perspectiva diferente de la historia, basada no en el progreso de la unión, sino en el progreso de la protección del individuo. Es una visión de la civilización no como progreso hacia la comunidad, sino como progreso hacia la privacidad. La civilización como "el proceso de liberar al hombre del hombre".
El antídoto contra la arrogancia es, paradójicamente, la humildad y el orgullo. Humildad al asumir los propios errores. Orgullo al reconocer los propios logros. Así que hoy, incluso cuando en Facebook reconocemos nuestros errores y reevaluamos nuestras limitaciones, no podría estar más orgulloso de Facebook, de sus logros tecnológicos, de su extraordinario éxito rentable, que se ha ganado proporcionando a tantos tanto valor. Gracias a todos.
-- This article originally appeared in The Daily Caller.
Jennifer Anju Grossman — JAG — wurde im März 2016 CEO der Atlas Society. Seitdem hat sie den Fokus der Organisation darauf verlagert, junge Menschen auf kreative Weise für die Ideen von Ayn Rand zu begeistern. Bevor sie der Atlas Society beitrat, war sie als Senior Vice President der Dole Food Company tätig und gründete auf Geheiß des Vorsitzenden von Dole, David H. Murdock, das Dole Nutrition Institute — eine Forschungs- und Bildungsorganisation. Sie war auch als Bildungsdirektorin am Cato Institute tätig und arbeitete eng mit dem verstorbenen Philanthropen Theodore J. Forstmann zusammen, um den Children's Scholarship Fund ins Leben zu rufen. Als Redenschreiber für Präsident George H. W. Bush hat Grossman sowohl für nationale als auch für lokale Publikationen geschrieben. Sie schloss ihr Studium in Harvard mit Auszeichnung ab.