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La clase política sin sangre y su falta de empatía

La clase política sin sangre y su falta de empatía

5 minutos
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18 de agosto de 2020

¿Por qué ver las ruedas de prensa de COVID y las sesiones informativas de los políticos? Son simplemente molestas. Estas personas parecen no tener ni idea de por qué el virus les ignora. No paran de dictar normas extrañas y arbitrarias que se inventan y cambian cada día, todas ellas impuestas mediante la intimidación y la coacción. Adoptan una postura tonta, como si con sus edictos tuvieran el virus bajo control, cuando es evidente que no es así.

Peor aún, y lo que me cala hasta los huesos, es la extraña ausencia de emoción humana normal en sus actuaciones públicas. Con la comunicación humana cotidiana en presencia de la incertidumbre, habría cierta admisión de la posibilidad de equivocarse, de los errores cometidos, de la dificultad de saber, de los límites de la información para tomar decisiones con conocimiento de causa, del dolor provocado por una gobernanza tan perturbadora.

No se ve nada de esto en los anuncios de estos gobernadores. A pesar de todas las evidencias, actúan como si lo tuvieran todo bajo control. No admiten errores. No admiten ignorancia. Miran fijamente a las cámaras y emiten edictos, sin siquiera disculparse por todas las vidas que han arruinado y siguen arruinando. Nos hablan con desprecio. Condescendencia en cada palabra.

Le invito a ver un caso típico, pero no hace falta, ya que sabe exactamente de lo que estoy hablando.

No hablamos así entre nosotros. En su lugar, compartimos historias sobre cómo nuestras vidas se han visto afectadas. Compartimos el dolor y la frustración por lo desestabilizados que nos sentimos, por habernos separado de la familia, por cómo los cierres nos han llevado a lugares oscuros, por lo enjaulados que nos sentimos. Nos preocupan nuestras finanzas, nuestros seres queridos, nuestro propio futuro. Nos asombra lo rápida y radicalmente que nos han arrebatado nuestras libertades. Y al compartir estas historias entre nosotros, llegamos a comprender más y a sentir un poco de curación, tal vez.

En resumen, tenemos empatía. Los políticos, en cambio, no muestran ninguna. Tienen ojos vidriosos que reflejan sangre fría. Peor aún, dan la impresión de ser incruentos, como generales que dan órdenes a las tropas sabiendo con certeza que morirá mucha gente.

Rara vez o nunca hablan de lo que hacen en términos humanos. Hablan de datos, restricciones, tendencias en infecciones y hospitalizaciones, y muerte, pero no como si nada de esto implicara a seres humanos reales o compensaciones. Se pavonean con certezas que no son realmente creíbles.

Adam Smith explicó la empatía como una característica de la personalidad humana. "Como no tenemos experiencia inmediata de lo que sienten otros hombres", escribió, "no podemos formarnos una idea de la manera en que se ven afectados, sino concibiendo lo que nosotros mismos deberíamos sentir en esa situación... Mediante la imaginación nos colocamos en su situación, nos concebimos soportando todos los mismos tormentos... y nos convertimos en cierta medida en la misma persona que él".

Así es la vida real. Pero la vida política actual parece querer desterrar ese sentimiento tan humano. Es como si estuvieran jugando a un videojuego en el que aparecemos todos, pero somos meras figuras en una pantalla programadas para hacer lo que ellos quieren. No tienen ninguna obligación de entendernos, y mucho menos de preocuparse por el dolor que nos infligen, porque, como figuras en una pantalla de juego, seguramente no sentimos dolor en absoluto.

Y así es también como los medios de comunicación han llegado a hablar de esta calamidad. Sus cifras, gráficos y tendencias, todos altamente alarmistas y siempre con la misma conclusión: la clase política necesita imponernos más restricciones para que este virus desaparezca. Observamos impotentes cómo se desarrolla todo esto día tras día, asombrados de que nuestras normas puedan ser tan impermeables a lo que ha ocurrido ante nuestros ojos.

La brecha emocional entre gobernantes y gobernados nunca ha sido mayor en los tiempos modernos. Parece completamente insostenible. Es como si ni siquiera intentaran conectar con la gente.

Los políticos no son gran cosa en tiempos normales, pero ahora parecen peores que nunca, desechando la ley, la tradición, la moral e incluso la apariencia de preocuparse por cómo sus encierros han destruido tantas vidas.

La pregunta es por qué. He aquí mi intento de respuesta. Todos los bloqueos se han basado en la inverosímil afirmación de que los virus pueden controlarse mediante coacción, igual que las personas. Pero no es así. Y no es sorprendente encontrar enormes pruebas, que se acumulan día a día, de que todo lo que han hecho no ha conseguido nada.

A continuación se muestra un gráfico que compara las muertes por millón de COVID en todo el mundo con el índice de rigor gubernamental de la Universidad de Oxford. Si los cierres lograsen algo, cabría esperar que tuviesen cierto poder predictivo. Cuanto más se cierra, más vidas se salvan. Los países que aplican el bloqueo podrían al menos afirmar que han mejorado la vida de sus ciudadanos. Lo que se ve en cambio es: nada. No hay relación. Existe el virus. Hay bloqueos. Los dos operan como variables aparentemente independientes.

Fuente

La clase política ha empezado a intuirlo. Sospechan en el fondo de su corazón que han hecho algo horrendo. Les preocupa que esta conciencia se extienda. Entonces tendrán que rendir cuentas, quizá no de inmediato, pero sí con el tiempo. Y esto les aterroriza. Por eso se pasan el día intentando anticiparse al momento de la verdad, con la esperanza de que el lío que han montado acabe desapareciendo y puedan escapar de la culpa.

Es decir: mienten. Luego mienten más para tapar sus mentiras anteriores. Si vas a seguir esa línea ante las crecientes pruebas que demuestran que son unos farsantes, si vas a mentir impunemente para mantener el juego, tendrás que blindarte contra la emoción y la empatía. Te conviertes en un sociópata. Esto podría ser suficiente para explicar su postura incruenta.

También hay otro factor: cuanto más dolor infliges a la gente, peor persona te vuelves. El poder es peligroso incluso cuando no se utiliza, pero desplegarlo brutal e inútilmente pudre el alma. Esta es una buena descripción de casi toda la clase dirigente del mundo actual, salvo unos pocos países civilizados que nunca se cerraron en banda.

Jeffrey A. Tucker
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Jeffrey A. Tucker
Filosofía política